LAS CINCO GRANDES TRAGEDIAS HIDRÁULICAS EN ESPAÑA REPASADAS TRAS LA DANA DE VALENCIA (2025)



Lecciones aprendidas y lecciones pendientes

A lo largo del último siglo, España ha sufrido varias tragedias relacionadas con el agua. Todas tienen un denominador común: la insuficiencia o el fallo de las infraestructuras hidráulicas.

Cinco de ellas marcan nuestra historia técnica y social, y constituyen una valiosa lección —aprendida o pendiente— sobre la gestión del riesgo, las técnicas constructivas, las responsabilidades técnicas e institucionales y la memoria colectiva. Procedemos a relatarlas aportando datos técnicos objetivos muy desconocidos que ayudan a valorar técnicamente estas tragedias:

1. La gran riada de Valencia (1957) — 81 muertos

El 14 de octubre de 1957, una gota fría descargó sobre Valencia una cantidad de agua que el cauce del Turia no pudo contener. La ciudad, asentada sobre una amplia planicie aluvial natural que es el resultado de la colmatación de la albufera de Valencia, quedó sumergida bajo una riada que causó al menos 81 muertos y destruyó buena parte del casco urbano.

La respuesta fue contundente. El régimen de Franco destinó un porcentaje muy elevado del PIB nacional a una obra sin precedentes: el desvío del Turia, conocido como el Plan Sur. Una inversión gigantesca para la época, pero que el tiempo ha demostrado eficaz. Las sucesivas DANAs han confirmado que el nuevo cauce ha cumplido su función y ha evitado catástrofes similares.




2. La tragedia de Ribadelago (Vega de Tera, Zamora, 1959) — 144 muertos

Sólo 2 años después, el 9 de enero de 1959, se produjo otra gran tragedia, esta vez por la rotura de la presa de Vega de Tera, en la comarca de Sanabria, durante la noche. La ola resultante arrasó entero el pequeño pueblo de Ribadelago, situado aguas abajo, mientras sus habitantes dormían. Murieron 144 personas, de las que sólo se recuperaron 24 cuerpos, permaneciendo el resto en el fondo de las gélidas aguas del lago de Sanabria.

La causa fue clara: una mala ejecución constructiva de una presa de fábrica y deficiencias en el control técnico.

Aquella tragedia cambió para siempre la política de presas en España. Desde entonces, se decidió construir todas las presas en hormigón armado, incluso las de pequeña escala, en lugar de hacerlo con fábricas y rellenos. Fue una decisión costosa, pero eficaz: ningún otro país del mundo adoptó una norma tan estricta. Solo en tiempos recientes se ha vuelto a permitir la construcción de presas de materiales sueltos, mucho más baratas.





3. La tragedia del salto de Torrejón (Cáceres, 1965) — 70 muertos

El 22 de octubre de 1965, durante las obras del salto de Torrejón, una ataguía (compuerta provisional) cedió bajo la presión del agua, provocando una riada que arrasó la obra y el poblado de trabajadores y sus familias aguas abajo y causó la muerte de 70 personas.

El fallo fue técnicamente absurdo: la cercha de la ataguía fue colocada en obra al revés de como estaba en los planos del proyecto.

Aun tratándose de una dictadura, un juez de pueblo (Navalmoral de la Mata) llevó la investigación hasta sus últimas consecuencias. Se emitieron informes periciales y los ingenieros responsables fueron condenados. Un caso ejemplar de responsabilidad técnica efectiva en plena España franquista.






4. La rotura de la presa de Tous (1982) — 40 muertos

Nos encontramos ya en época democrática. La llamada pantanada de Tous fue consecuencia de unas lluvias torrenciales históricas en la cuenca del Júcar. Entre el 19 y el 21 de Octubre de 1982 se registró el que probablemente haya sido el temporal de lluvias torrenciales más fuerte que se ha producido en la península Ibérica desde que se tienen registros. Las lluvias superaron los 600 litros por metro cuadrado en un área de 700 km² aguas arriba del pantano de Tous.

El agua rebasó los aliviaderos, socavó la estructura de hormigón y -en unas condiciones de uso no previstas ni previsibles por el período de retorno- la presa cedió. Se produjeron 40 muertes, fueron desalojadas más de 300.000 personas y miles de hectáreas quedaron devastadas.

El caudal fue extraordinario e imposible de contener con las previsiones existentes. Incluso sin rotura de la estructura, el desastre habría sido inevitable. Sin embargo, aprovechando que la estructura de la presa resultó derrumbada, la administración prefirió culpar a la obra y a los técnicos, antes que asumir sus fallos en la previsión y en la gestión del riesgo. Así, en plena democracia, con el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo, se aprendió por primera vez una lección perversa: que era más rentable desviar las responsabilidades que asumirlas. Y no sería el único caso.





5. El desbordamiento del barranco del Poyo (Valencia, 2025, 29 de octubre) — 179 muertos

El caso más reciente es también el más grave. Mientras la atención se centraba en evitar la rotura de la presa de Forata (para impedir un "nuevo Tous" del que se habría hecho responsable a los ingenieros), se desbordó el barranco del Poyo (sin presa de regulación) que ha concentrado el mayor número de víctimas de la última gota fría (ahora llamada DANA) que azotó Valencia, con un balance oficial de 224 muertos, de los cuales el 80% corresponden a este cauce en unas poblaciones en las que, paradójicamente, apenas había llovido, por lo que estaban desprevenidas: Paiporta, Catarroja, Massanassa, Torrent, Picanya, Silla, Albal, Alcasser, Alfafar, Sedaví, Benetússer, y otras áreas periurbanas y zonas de la albufera.

El desastre combina:
  • Las causas naturales recurrentes del Levante español —la intensidad de la lluvia y la escasa pendiente del terreno—.
  • Problemas severos de planificación urbanística, gestión y disciplina, que han consentido durante décadas la sistemática ocupación de los cauces por el crecimiento desordenado de los Municipios y por los particulares. Todos ellos de la responsabilidad de la Administración. En palabras de Juan Romero, Catedrático Emérito de Geografía Humana, “el agua siempre vuelve con las escrituras de propiedad en la mano”.
  • Problemas de gestión de los cauces, ligados al anterior y por las políticas conservacionistas que por mera ideología anularon obras hidráulicas que estaban ya proyectadas e hicieron prevalecer la suciedad de los cauces frente a criterios de seguridad para las personas y los bienes o frente a los datos históricos (pues se trata de barrancos que ya han dado severos problemas en épocas anteriores, con registros desde 1795).
  • Y errores político-administrativos acumulados: falta de mantenimiento, alertas que no funcionaron, una deficiente coordinación entre administraciones responsables...
La lección es clara: las infraestructuras pueden fallar, pero la falta de planificación y de gestión es imperdonable. Lo más preocupante es que los riesgos eran sobradamente conocidos. Y, sin embargo, en lugar de cumplir sus obligaciones y volcar todos los recursos en la reparación de los daños, las administraciones han preferido desviar la atención y, con la ayuda de los medios de comunicación, convertir el desastre y los muertos en un arma política. Esto es una cosa nueva del siglo XXI.


Fuente de la imagen: El País

Fuente: Diario El Mundo

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Conclusión: las tragedias del agua y la responsabilidad compartida

Las cifras son elocuentes. Las tragedias no desaparecen con los cambios de régimen político. Bajo el franquismo se cometieron errores graves, pero también se tomaron decisiones técnicas drásticas para que no se repitieran.

En democracia, con más medios, más conocimiento y más libertad, los errores persisten, pero ahora las responsabilidades se diluyen entre las distintas administraciones, informes y discursos mediáticos. Precisamente por eso —porque vivimos en un sistema democrático—, los fallos son aún más lamentables.

El agua no entiende de ideologías: exige planificación, rigor técnico y memoria histórica. Cada una de estas catástrofes es un aviso que no deberíamos volver a ignorar.


Nota: Todas las imágenes en las que no se indica fuente, son de origen desconocido y han sido obtenidas por Internet.