¿SOSTENIBILIDAD DE LA CONSTRUCCIÓN?

En diciembre de 2019 se ha celebrado en Madrid la Conferencia sobre el cambio climático, conocida como COP25. El objetivo era encontrar vías para reforzar el cumplimiento del Acuerdo de Paris, sin embargo, el final no fue muy esperanzador.

La frase “No hay planeta B” conlleva en su interior la soberbia humana. Presupone que el hombre puede acabar con el planeta, sin contemplar que es precisamente al contrario, es el planeta el que puede acabar con el hombre. Baste comparar la edad de ambos para visualizar la potencia de cada uno. Edad aproximada del homo sapiens (siendo generosos) 300.000 años, edad del planeta aproximada 4.500 millones de años. Es decir, en la edad del planeta podrían haber existido 15.000 “homo sapiens”. 

La raza humana se ha convertido en una especie invasora y nociva. Invasora por crecer desmesuradamente, habiendo triplicado la población en los últimos 70 años. En 1950 la población mundial era de 2.500 millones, y la actual de 7.500 millones. Nociva porque destruye la vida en su entorno, haciendo desaparecer especies animales y vegetales.

No existe el “crecimiento sostenible”. Todo crecimiento permanente es insostenible por definición. Hoy ya se admite que el crecimiento de emisiones de CO2 debe ser cero, y consecuentemente, de manera implícita, se está admitiendo que el crecimiento de cualquier actividad que implique emisión de CO2 debe ser cero. 

La verdadera sostenibilidad no tiene que ver con el consumo de “productos sostenibles”, que tienen detrás márketing y muchos intereses creados; sino con la austeridad, con renunciar parcialmente a la confortabilidad que nos ofrece esta sociedad de consumo. Como por ejemplo vivir en invierno en casa a menos grados de temperatura, reduciendo el consumo energético, a costa de no poder estar en mangas de camisa. La verdadera sostenibilidad radica en evitar el derroche injustificado. Sirva como ejemplo que mucha gente ha renunciado a realizar el pequeño esfuerzo de cepillarse los dientes con la mano, con el invento del “cepillo eléctrico”. 

La sostenibilidad mal entendida nos ha llevado incluso a establecer categorías en las especies animales “en peligro de extinción”. Unas están altamente protegidas y otras en cambio están olvidadas, sin que haya suficientes razones para tal discriminación. La cigüeña o el cernícalo primilla son especies mimadas en nuestro entorno, gozando de una protección privilegiada a costa incluso de perjudicar parcialmente el patrimonio arquitectónico, en el caso de las cigüeñas se ha multiplicado exponencialmente su población, y sin embargo ya hace mucho tiempo que no vemos otras especies antes muy frecuentes como por ejemplo los lagartos. 

La sostenibilidad de los edificios no se debería medir exclusivamente por la “calificación energética”. Un valor que solamente mide el supuesto consumo energético para mantener la confortabilidad interior. Y decimos bien “supuesto consumo energético” porque es el resultado de unas operaciones complejas basadas en hipótesis matemáticas sin contrastar, cuando el “consumo energético real” es fácil de conocer sin más que consultar las facturas del consumo (electricidad, gas, etc). Si comprobamos el consumo energético de edificios vendidos como de “consumo casi nulo”, comprobaremos que consumen bastante más de lo que dice su etiqueta de eficiencia energética, pero parece que no interesa consultar las facturas, sólo “vender” las expectativas. 

Los vendedores de complejidades se enrocan en las complicaciones de los asuntos para terminar concluyendo que son ellos los únicos capaces de ofrecer una solución y por supuesto de certificar lo que está bien y lo que está mal. El truco está en impedir exponer la realidad con transparencia. Y el problema es que ahora tienen a la normativa y las Administraciones de su parte. 

En los edificios existen otros factores de sostenibilidad, además del consumo energético, igual de importantes o más con vistas a la conservación del planeta. El más destacado es la huella ecológica, esto es el impacto que produce el edificio en la naturaleza. Dentro de esta huella ecológica hay dos datos olvidados en la “calificación energética”. Uno es la cantidad de energía consumida y la cantidad de emisión de CO2 totales necesarios para la construcción del propio edificio, incluidos todos los materiales utilizados en el mismo (cemento, ladrillos, hierro, madera, etc, y por supuesto los plásticos). El segundo dato crucial dentro de la huella ecológica de un edificio es su reciclaje, es decir, el impacto que producirá el edificio cuando llegue al final de su vida útil, porque una parte será aprovechable, pero el resto serán residuos contaminantes.

Considerando todos estos factores, la construcción actual es muy insostenible, por mucho que forremos los edificios con aislantes derivados del petróleo para seguir estrategias energéticas que, paradójicamente, no son de nuestras latitudes sino de regiones más frías del Norte de Europa. Este es el momento de reivindicar sistemas constructivos propios adaptados al territorio y al clima, como por ejemplo nuestras construcciones de muros o las bóvedas extremeñas que consumen un 25 % de energía en comparación con una estructura de hormigón. O estrategias energéticas propias, como hacer la urbanización más compacta, los edificios más compactos, que predomine el macizo frente a los huecos de ventanas, o la capilaridad controlada que en verano reduce la temperatura interior y mejora el confort higrotérmico (el denominado "efecto botijo"). Estrategias todas ellas poco o nada consideradas en la normativa vigente, que está copiada sin reflexión de otros países europeos con climas muy diferentes. Si consultamos en internet “edificio ecológico” veremos que todas las imágenes corresponden a edificios aislados y con grandes cristaleras, cuando es un error energético “de manual” diseñar un edificio así en el 80% del territorio nacional. ¿Qué está pasando?

EL BOTIJO ES UN INVENTO ATRIBUIDO A LOS ROMANOS.
SÓLO FUNCIONA EN EL SUR DE EUROPA PORQUE REQUIERE UNAS CONDICIONES DE RADIACIÓN, HUMEDAD Y TEMPERATURA QUE NO SE DAN EN EL NORTE.
POR RAZONES QUE NO SE COMPRENDEN BIEN, LA NORMATIVA ESPAÑOLA ESTÁ SIGUIENDO LAS MISMAS ESTRATEGIAS ENERGÉTICAS QUE NORUEGA, DINAMARCA, FINLANDIA Y SUECIA. MIENTRAS NO SE CONTEMPLEN LAS ESTRATEGIAS DE AQUÍ, SERÁ IMPOSIBLE CONSEGUIR OBJETIVOS CLIMÁTICOS. 

La rehabilitación debería ser la línea de actuación, pero no sólo la rehabilitación energética, sino también la integración de la obra gruesa de fábrica existente (cimentación y estructura), en lugar de demolerla y generar residuos. Ahí se encuentra la verdadera sostenibilidad. 

Por más que nos aconsejen los tertulianos de los medios de comunicación que debemos apagar el led del televisor cuando no lo usemos para ahorrar energía, seguiremos viendo cómo se encienden los alumbrados de Navidad en todas las ciudades con una iluminación superior al año anterior. Lavaremos nuestras conciencias diciendo que son de última generación tecnológica de bajo consumo y no querremos echar cuentas de cuanto ha costado “energéticamente” la fabricación de esos nuevos artefactos. 

Pensamos que lo que se ha dado en llamar “cambio climático” (en realidad el clima lleva cambiando toda la historia del planeta, conocemos las glaciaciones que lo acreditan) lo hemos provocado directamente nosotros, los humanos. Pero ¿y si no es así?. ¿Y si el “cambio climático” es una reacción del planeta contra las agresiones que sufre?. El estado febril es un recurso del cuerpo para defenderse de virus y microbios perjudiciales. ¿Se está convirtiendo la raza humana en un elemento molesto y perjudicial para el planeta? En un pulso entre el planeta y la raza humana es obvio que no seríamos los vencedores. 

Supuestamente nos estábamos preparando para evitar el “cambio climático” y ahora el planeta nos ataca sorpresivamente con un virus. Un virus con un alto nivel de contagio que se ha propagado rápidamente por todo el planeta, pero con un índice bajo de mortalidad, que no ha puesto en peligro la raza humana, pero que sí ha colapsado su sistema sanitario. Es como un aviso, dando a entender que de momento el golpe no ha sido muy severo. Si el COVID-19 hubiera tenido el mismo índice de mortalidad que el ébola, la situación hubiera sido demoledora. No se trata de dibujar un escenario catastrófico propio de películas apocalípticas, sino de ser conscientes de una realidad que nos permita soñar con un futuro esperanzador para nuestros hijos. 


Cáceres 18 de marzo de 2019 

Manuel Fortea Luna. José-Carlos Salcedo. 
Profesores del Departamento de Construcción de la Universidad de Extremadura