La huella del Arquitecto Tomás
Civantos Hernández (Cáceres, 1935-2019) perdurará en la trama urbana de
la ciudad de Cáceres y en la memoria de sus colaboradores, que tuvimos la
inmensa fortuna de trabajar y aprender con él.
- Barrios.
Barrios enteros de la ciudad de
Cáceres, como el polígono de La Madrila, que representó la modernidad de los
bloques singulares y aislados con sus zonas verdes; el polígono industrial de Las
Capellanías, que trajo el orden a la “industria” en Cáceres; la Dehesa de Los
Caballos, cosiendo los retales de las infraconstrucciones existentes al Sur de
la ciudad; la U.V.A. de Las Trescientas, Las Acacias, Moctezuma, La Zambomba,
Las Candelas… son proyectos y obras suyos.
Las Trescientas es el de mayor
contenido social de todos los barrios. Es un poblado de los denominados “de
absorción de chabolas”, construido por la Obra Sindical del Hogar para dar una
habitación provisional más digna a la población de aluvión que había llegado a la
capital en la posguerra. Como él decía “se construyó provisionalmente para 10
años y ya lleva 50”. En ese barrio de casitas blancas con mercado, equipamiento
y colegio, los problemas sociales se han disuelto con el tiempo como un
azucarillo. ¡Qué diferencia con actuaciones públicas posteriores tipo ghetto, como los bloques de la Calle Ródano en Aldea Moret!
- Construcciones para el Ministerio de Educación.
Además de la propia sede en Cáceres (el edificio "Múltiples"), Tomás Civantos proyectó numerosas construcciones
escolares, repartidas por toda la provincia de Cáceres, donde muchos estudiamos de niños. Levantadas casi sin
dinero en su etapa como funcionario-arquitecto del Ministerio de Educación.
Visitando obras en colegios de alquerías de Las Hurdes que no tenían carretera,
a las que las barras de acero llegaban desde Pinofranqueado cortadas de 2 en 2
metros cargadas ¡en mulos! y el arquitecto del Ministerio (también en caballería)
iba a controlar los empalmes de las armaduras para salvaguardar la seguridad de
edificios que hoy están abandonados, pero permanecen en pie. “Hay que hacer las
cosas con seguridad”, afirmaba con rotundidad.
- Edificios.
Notables edificios, que pasan desapercibidos en Cáceres, Plasencia y muchos pueblos de la
provincia, pero que cuando se estudian en detalle se aprecia su calidad
arquitectónica:
- Las mejores residencias “de mayores” como él las
denominaba, las proyectó Tomás Civantos (Hermanitas de los Pobres, Avenida de
Cervantes, Jaraíz de La Vera...) cuando no había tantas normas y se
confiaba en el sentido del arquitecto. Con servicios nuevos inigualables que él
introdujo por vez primera en un asilo.
- Las iglesias de Virgen de Guadalupe (Moctezuma)
y de San Eugenio (Aldea Moret), esta última, evolución de la anterior con su gran
viga en celosía “toblerone” atravesando la nave. Hoy, 12 de diciembre de 2019,
los sacerdotes de sendas parroquias han oficiado su funeral.
- Bloques-torre de viviendas, entre los cuales
destacan los abiertos de La Madrila, donde las viviendas (cuatro por planta)
eran completamente exteriores, sin patios y con un único núcleo de escaleras.
Torres que evolucionaron hacia el “bloque de La Estrella” de la Avenida de
Cervantes, el último de esta tipología y el mejor de todos los bloques-torre
cacereños.
- Los primeros edificios de la Universidad en
Cáceres, como la Facultad de Veterinaria, realizada con el presupuesto de un
instituto de secundaria. Le dijo el Ministerio “Si en Extremadura quieren hacer una Universidad con el presupuesto de
un Instituto, allá ellos… pero este dinero es el que hay”. Y surgió el primero
y más barato, pero para la mayoría de los profesores de la Universidad, el
mejor de los centros universitarios; con revoco monocapa y cubierta de chapa sí,
pero con todos sus espacios bien resueltos, bien iluminados, gracias a sus
conexiones funcionales, resolviendo y compatibilizando perfectamente los espacios
docentes, de laboratorio para la investigación pionera, de administración, ¡de animalario y de hospital
animal!. Y es una lástima que no se llevara a efecto su Plan Parcial del Campus de Cáceres tal y como él lo
proyectó, porque habría paliado en parte la desastrosa decisión política de
sacar la Universidad del Casco Antiguo “Patrimonio de la Humanidad” en el que
estuvo.
- Y muchos edificios de viviendas, de todas las
tipologías. Todos distinguibles, porque los hijos se parecen siempre un poco a
sus padres.
- Planeamiento.
Redactó los primeros documentos
de Planeamiento Urbanístico de la Democracia: Navalmoral de la Mata en el momento justo de
su desarrollo por la central nuclear de Almaraz, Moraleja, Valencia de
Alcántara, Alcántara, Guadalupe... Aportando el novedoso concepto de “urbanismo
en pequeños municipios”, adaptado a la realidad micromunicipal de Extremadura,
frente al tópico del planeamiento desarrollista de las ciudades, que se nos
enseñaba a todos los arquitectos en las Escuelas de Arquitectura. Se anticipó a
conceptos que ni la primera ley del suelo ¿extremeña? consideró 20 años más
tarde.
Una mención especial para la
planificación de Guadalupe, en la que empezó a trabajar nada más terminar la
carrera y nunca la abandonó, consciente de la importancia histórica del
Monasterio y su Puebla. Incluso prolongó su edad de jubilación para terminar lo
que el Municipio no quería: Un planeamiento que ordenara su incipiente desarrollo
y protegiera su cualificado patrimonio. Hoy, 40 años después de aquellas
primeras Normas Subsidiarias inéditas que redactó, las declaraciones UNESCO del
Monasterio y del Geoparque de Las Villuercas demuestran que aquel arquitecto
visionario tenía razón y se anticipaba a su tiempo.
- Restauración.
Realizó numerosas restauraciones en iglesias y conventos (como arquitecto de cabecera del Obispado de Coria), en todas las cuales pasa desapercibida “la mano del arquitecto”, porque respetaba la arquitectura original, los oficios de la construcción y la unidad del conjunto (“su mayor valor”, como él decía). Su sencillez le impedía sobreponerse al lugar o al edificio histórico en el que intervenía. El respeto al lugar califica al buen arquitecto.
Decía también que “a las monjas, el Obispo debía meterlas todas juntas en un piso”, así podrían tener calefacción y el obispado se ahorraría mucho dinero en obras.
- Artes plásticas.
EN LA MEDIANERA DEL EDIFICIO DEL BANCO DE ESPAÑA,
CÁCERES.
La postura de Tomás Civantos ante la Arquitectura.
Tomás fue el primer Doctor
Arquitecto de la región y como docente tuvo un fugaz, pero recordado paso por
la Escuela Politécnica de la Universidad de Extremadura, impartiendo dibujo
técnico en Obras Públicas.
Su arquitectura tenía detalles
funcionales geniales, de esos que no cuestan dinero y marcan la diferencia para
los usuarios. Cuando paseamos por la acera del edificio de las Hermanitas de los
Pobres, observamos que los ancianos nos ven transitar por el paseo de Cánovas desde una posición reservada, casi al nivel de la acera y pasando desapercibidos. Él lo quiso así. A mi
me parece una aportación colosal, de esas que “que no se aprecian en los
planos” ni te hacen ganar un concurso de arquitectura, porque el político que
lo resolverá carecerá seguramente de sensibilidad para apreciarla, pero el
usuario sí la disfrutará, que es de lo que se trata.
Y, evidentemente, fue Decano del Colegio
de Arquitectos, entre 1986 y 1988, y de aquella gestión nos queda la sede del COADE
en la restauración modélica del Palacio de Camarena (ganada por Gerardo Ayala).
Tomás fue un “inventor sin
patentes”, que disfrutaba experimentando con los oficios de la mecánica, de la
electricidad, de las carpinterías, de la artesanía, del campo…, para aplicarlos
a sus proyectos. Nada se le ponía por delante. Todo se podía arreglar, no
existía dificultad técnica que no se pudiera superar con rigor y con
dedicación. Porque Tomás no tenía reloj, era la suya una manera cara de
trabajar la profesión, derrochando tiempo y recursos. Incompatible con la que hoy
nos vemos forzados a seguir. Recuerdo llegar a Guadalupe en ultraligero (sin
saber exactamente si podríamos aterrizar) sólo para sacar unas fotos aéreas oblicuas
de los tejados de la Puebla para un Plan Especial de Patrimonio que la Junta ni
siquiera tramitó. “Elige un trabajo que te guste y así nunca tendrás que
trabajar”.
Fue también un pionero. La
primera “máquina de planos” (luego llamada “plotter”) que hubo en Cáceres, fue una
Calcomp de plumillas que no cupo por
el ascensor, con la que un buen día se vino cargado desde la feria del SIMO de
Madrid a finales de los años 80. En ese plotter muchos arquitectos de Cáceres
ploteamos por primera vez. ¡Una experiencia inolvidable!. Para ponerla en
marcha, sus colaboradores tuvieron que descubrir y aprender un programa llamado
“autocad” (sin saber inglés y sin ratón, que aún no se había desarrollado). Y lo
mismo con aquella primera “máquina de mediciones” con tarjetas perforadas que se
programaban en el estudio.
Sus documentos técnicos eran
precisos y completos. Es asombroso leer hoy un proyecto suyo de los años 70. Cuando
no existía el “copia y pega”, la mayoría de sus colegas despachaban la memoria
con tres folios. Él sin embargo desgranaba cuidadosamente los apartados del
texto para describir el lugar o el edificio objeto de la intervención, para
integrarlos en el proyecto (escritos al dictado). Eso es algo que todos los
arquitectos haríamos, pero años después.
Su nivel de detalle llegaba al cénit en el planeamiento urbanístico. Se dedicaba al “suelo no urbanizable” cuando nadie se preocupaba de él, e incorporaba conceptos como el patrimonio (natural e histórico, como la herencia a conservar), la catalogación del patrimonio disperso en el territorio (ermitas, molinos, chozos..), la población en diseminado, la fragilidad patrimonial…; y a la vez mantenía los conceptos antiguos, como el soleamiento, la ventilación, la vida rural, el arraigo de la población al territorio… Y sacrificaba todo lo necesario para mantener el colegio en el pueblo, la casa ¡y el huerto! del maestro, no fuera a ser que llegasen malos tiempos otra vez. Conceptos que durante decenios “desaparecieron” del panorama y hoy ya vuelven, pero aplicados de forma talibán. Él siempre con sentido y sensibilidad de buen arquitecto.
La arquitectura de Tomás Civantos
era buena como en general la de los arquitectos de su época, acostumbrados a
trabajar con menos dinero y para una Administración no derrotista. Pero era
distinta, era aún mejor, más reposada, más estudiada, más… de Tomás Civantos.
Evidentemente construyó mucho: “cuando yo empecé éramos cinco arquitectos en la
provincia”, nos decía. Qué fortuna la suya haber trabajado cuando estaba todo
por hacer y la política no inundaba cada rincón. Pero la cuestión es ¡qué bien
lo supo aprovechar en beneficio del bien común!.
De las tres patas de la
Arquitectura de Vitruvio (función, construcción y forma), Tomás, como los
arquitectos de su época, era defensor a ultranza de la “función” (para resolver
de manera estudiada y cuidadosa necesidades tan importantes como la vivienda o
la educación) y de la “construcción” (para que no diera problemas y perdurara
con menos coste de mantenimiento). La cuestión de la “forma” pasaba siempre a
un segundo término. No como ahora. Tomás Civantos era lo contrario a un
“arquitecto estrella”, era un arquitecto CON estrella.
Tomás adaptaba siempre su
registro de la conversación a las personas que tenía delante. Por su posición
social en la época que le tocó vivir, había estado en contacto con las élites,
pero se le veía disfrutar conversando con la gente de las obras. O con un hombre
de campo sobre cómo funcionaba determinado mecanismo de madera de un molino, ¡y
los dos aprendían!.
El momento más amargo de su vida fue
el de la muerte de dos de sus cinco hijos en un accidente de ultraligero. Aquel
hecho, que conmocionó a la ciudad de Cáceres en 1992, marcaría la vida de Tomás
y de Tatín, su mujer. Por eso, quienes le conocimos bien, creemos que el
deterioro de la salud de ambos durante los últimos años tiene su origen en
aquel hecho.
Y por encima de todo, Tomás fue siempre una persona buena. Jamás le vi en un mal gesto, nunca alzaba la voz, siempre veía el lado positivo de las cosas, siempre preocupado por sus compañeros, especialmente por los que empezábamos. Sencillo, educado, culto, trabajador, alegre, con una sonrisa limpia. En todos estos años nunca he escuchado a nadie hablar mal de él, y mira que eso es difícil.
“Los proyectos se acaban cuando
se terminan”. Es lo que nos decía en el estudio para convencernos de que había
que cerrar, encarpetar el proyecto y dejar de meterle horas de trabajo. De la
misma manera, la vida de Tomás Civantos se ha terminado ya. Y hoy ha hecho la
“última entrega”, pero gracias a sus buenas obras, permanecerá intemporalmente
entre nosotros.
Descanse en paz.
José-Carlos Salcedo
Arquitecto. Universidad
de Extremadura
Cáceres, 12 de diciembre de 2019